
” Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”
Mateo 28:19-20
SER DISCÍPULO: UN LLAMADO QUE TRASCIENDE LA HISTORIA
Vivimos en una era marcada por la inmediatez, la sobreinformación y una desconexión profunda con lo esencial. En medio del colapso digital, donde las relaciones se fragmentan y los compromisos se vuelven cada vez más livianos, palabras como “discípulo” parecen haber quedado relegadas al pasado. Suenan a algo antiguo, propio de otra época, quizás incluso irrelevante. Sin embargo, esa palabra, cargada de historia y profundidad, sigue teniendo una fuerza transformadora que atraviesa el tiempo.
Cuando volvemos la mirada a los días de Jesús, a los caminos polvorientos de Galilea, descubrimos que ser discípulo no era una postura cómoda ni una etiqueta religiosa. Era una elección radical. Era dejar redes, mesas de recaudación, planes personales. Era confiar en una voz que llamaba sin dar demasiadas explicaciones, pero que transmitía una autoridad y un amor imposible de ignorar. Ser discípulo era, y sigue siendo, mucho más que ser un seguidor; es vivir desde una relación íntima y transformadora con el Maestro.
Lo que más impacta del llamado de Jesús a sus discípulos no es solo el qué, sino el cómo. No fue una orden fría, ni una convocatoria exigente. Fue una invitación cargada de ternura. Fue una mirada profunda que no se detuvo en las debilidades, en los fracasos o en la apariencia externa. Fue una llamada que vio potencial donde otros solo veían límites. Jesús no eligió a los más preparados ni a los más puros. Eligió a los dispuestos. A los que, a pesar de sus temores y errores, respondieron con un “sí”.
Esa mirada de Jesús sigue viva hoy. En medio del ruido de nuestro tiempo, Él sigue llamando. no impone, no grita, no fuerza. Su voz sigue susurrando en medio del caos, buscando corazones que se atrevan a dejarlo todo para seguirle. No se trata de perfección, se trata de disposición. Ser discípulo hoy es abrirse a ser transformado desde dentro, es vivir con propósito, con identidad, con una misión que no nace del ego sino del Espíritu.
En un mundo donde todo es temporal y relativo, el discipulado nos invita a lo eterno y absoluto: al amor incondicional de Cristo, al poder del Espíritu Santo que moldea y guía, y a una comunidad que camina junta en la verdad. Es un llamado que nos devuelve el sentido, que nos ubica, que nos forma.
Tal vez la palabra “discípulo” parezca antigua, pero es más actual que nunca. Porque en este tiempo de desconexión, Jesús sigue llamando con el mismo amor, la misma paciencia, y el mismo anhelo de formar en nosotros algo nuevo.
Amados, a continuación, les invito a conocer lo que significaba ser discípulo en los tiempos de Jesús y su invitación para este tiempo.
1) Dejarlo Todo para Seguirle
En el mundo judío de aquel entonces, un discípulo no era simplemente un estudiante: era alguien que dejaba todo por seguir a un maestro. Literalmente. Dejar redes, mesas de impuestos, familias y planes. No para sentarse en una sala de clases, sino para caminar, comer, observar y vivir junto al maestro.
“Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.” Mateo 4:19–20
Jesús no llamó a los más sabios y entendidos, sino a corazones dispuestos, A personas sencillas, marginadas y pecadores. Los invitó no solo a aprender de Él, sino a ser como Él.
¿Estás dispuesto a seguirle?
2) Ser Imitador de Jesús
Esa era la meta del discipulado: la imitación total. Sus enseñanzas no se archivaban; se encarnaban. Por eso, al sanar, Jesús enseñaba. Al perdonar, revelaba el Reino. Al servir, mostraba el corazón de Dios.
“El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro.” Lucas 6:40
“Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.”
Juan 13:15
¿Estás dispuesto a imitarle?
3) Una Misión de Vida
Ser discípulo no era solo una experiencia personal. Era una preparación para el cumplimiento de una gran misión. Jesús formó a sus discípulos para enviarlos. Les dio autoridad, les confió un mensaje y los desafió a cruzar fronteras geográficas, culturales y espirituales.
“Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.” Mateo 10:1
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;” Mateo 28:19
¿Quieres ser parte de su misión?
4) Un Llamado que Sigue Vivo
Y es aquí donde esta antigua palabra cobra renovada urgencia. Hoy necesitamos discípulos más que simpatizantes. Necesitamos personas que vivan el Evangelio con autenticidad, no como un accesorio espiritual, sino como el eje de sus decisiones, relaciones y sueños. Discípulos que, como en tiempos de Jesús, vivan en comunidad, crezcan en carácter y asuman la misión de transformar el mundo, no con fuerzas humanas, sino con la guía y el poder del Espíritu Santo.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” Lucas 9:23
En tiempos donde ser “seguidor” suele reducirse a un clic en redes sociales, Jesús sigue invitando a seguirlo con todo el corazón, con todo tu ser.
Conclusión
Ser discípulo no es una idea del pasado, sino un llamado vivo, profundo y desafiante que trasciende culturas y generaciones. En un mundo fragmentado y superficial, el discipulado nos invita a una relación transformadora con Jesús, a vivir con propósito, a imitar su ejemplo y a ser parte activa de su misión, hacer discípulos. Hoy, más que nunca, Jesús sigue llamando a corazones dispuestos, no perfectos, para formar en ellos una vida con sentido, amor y verdad eterna.
¿Quires ser su discípulo? Que Dios te bendiga y ayude a ser fiel a su llamado.